jueves, 5 de mayo de 2011

Ese hombre solo

Buscando unos papeles esta mañana me he encontrado con un recorte de periódico de una columna que escribió mi padre y quiero compartirla con vosotros.

Columna aparecida en el periódico EL Mundo, del 26 de marzo de 1997, Miércoles Santo. Firmada por Javier Arribas.


ESE HOMBRE SOLO

Por el corazón bullicioso y alegre del barrio de San Andrés abre una plazoleta de irregular geometría donde hace fachada la iglesia parroquial. En el gran lienzo de ladrillo, una recogida portada de piedra enmarca una recia puerta de madera. Esta tarde, allí, apenas se oye un rumor mientras las muchas gentes, que aguardan, convergen sus miradas, una y otra vez, sobre la puerta cerrada.

Al llegar su momento, desde dentro abren despaciosamente las dos grandes hojas y del oscuro interior surgen cofrades, estandartes, cruces y una banda de cornetas y tambores que lanzan al aire de Valladolid nuestro himno cuando asoma en el umbral la figura de un hombre abatido, rodilla en tierra, por el peso de una cruz cargada sobre su hombro izquierdo. Tiene la mano derecha adelantada, no sé si para amortiguar la caída o para acariciar a quien le mira afligida. "Dicen que llevan a tu hijo al Gólgota. Podemos salir a su encuentro por el camino. ¡Vamos, enseguida!".

Su rostro es fatiga, dolor, resignación y consuelo. Salvo ese fugaz encuentro, es un hombre solo, rodeado de una multitud manipulada, desentendida, curiosa o raramente compungida, otras madres. Siempre hubiera sido un extravagante incómodo y su separación de la vida pública, cuanto menos, habríamos convenido oportuna. De estar vivi, su compañía sería prometedora. A mi también me cantaría el gallo tres veces, las primeras.

Hoy, un año más, le llevamos por las calles de la ciudad, precedido de tambores y cornetas, para representar aquel encuentro en un Auto que es la esencia de nuestra Semana Santa: la sabiduría y la habilidad de Gregorio Fernández y de Juan de Juni reunidas en dos espléndidas imágenes, delante de la magnífica fachada del Colegio de Santa Cruz.

Que aquí suenen las bandas cuando deban sonar, canten las voces cuando deban cantar y se oigan las palabras, breves, cuando se deban oir, para que, en alguna ocasión, se escuche el silencio de los murmullos de devoción, de admiración, de respeto.

Luego retornarán la Virgen a Las Angustias, arropada por los suyos, y a él, le volverán a San Andrés acompañado de sus más allegados. Estos tan fervientes, él tan solo.

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