Apoya la mano derecha en su pecho, con los dedos cordial y anular unidos, conteniendo la angustia que le quiere explotar entre el estómago y el corazón.
La cabeza, ligeramente vencida sobre el hombro izquierdo, muestra la cara hacia arriba por efecto de la inclinación del cuerpo. La boca, entreabierta, está ahogada en un dolor intenso, para el que no encuentra palabra de explicación ni de consuelo. La mirada, incrédula de lo que está viendo, contiene el llanto por no dejar de verlo.
Basta mirarla para también verle: su hijo está delante de ella, en alto, agonizando en una cruz de leño. ¡Qué aflicción!
De súbito, todo oscurece salvo cuatro farolas de llama temblorosa. Suenan dos aldabonazos secos y restalla una voz apremiante -"¡Vamos!, ¡Al cielo con ella!"- y veinticuatro chavales electrizados meten el hombro a las andas y mecen a la Señora por la puerta abierta hacie el atardecer, de donde llegan los emocionantes aires de nuestro himno nacional.
Un año más, Valladolid rodea a la Señora de las Angustias -¡Gracias maestro Juni!- para acompañarla, estremecido, en el encuentro y en la soledad.
(Javier Arribas)