miércoles, 27 de octubre de 2010

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Te despiertas y sabes que no es un día cualquiera, hoy el reloj marcará los minutos y las horas despacio, sin prisa. Avanza la mañana entre recados y según avanza los nervios empiezan a florecer. ¿A qué hora era?, ¿qué dirán?... está claro que hoy no es un día normal.

Las doce de la mañana, la una, las dos... no hay noticas, no se nada, no me gusta. Y cada segundo se hace un mundo. El móvil en la mano y la mirada en la ventana. Nada, sigo sin saber nada. Pocos minutos para las tres, el presentimiento no es bueno, normalmente en cuanto saben algo avisan llamando o con un sms.
















Empiezo a preparar la comida, aunque creo que hoy ninguno vamos a tener apetito, y con eso de tener la cabeza en otro sitio hago espaguetis para un regimiento y algún filete de lomo queda más tieso que una suela de zapato. Y de pronto... se alguien abre la puerta de casa.

Salgo corriendo, veo a mi madre, "¿Qué ha pasado?, ¿qué han dicho?", intento estar tranquila, las lágrimas están a punto de saltar las barreras de contención que he construido en los últimos minutos... "Estaba hablando con tu hermana que me ha llamado preocupada" (ya, ya lo sé, también yo he hablado con ella), "no pensé que estaríais tan pendientes y por eso no os he mandado un mensaje", pero... pero... (tic, tac, tic, tac y el corazón late a un ritmo imparable). Y me lo cuenta.

Noticia agridulce, no están las cosas mal pero es mejor prevenir que curar. No se saben si esos bultos que han aparecido en el mismo lugar donde estuvo aquel otro terrible son buenos o malos, y para saberlo, hay que extirparlos, después los analizarán y sabremos si son malignos o benignos.

Dentro de un par de meses pondrán fecha para la operación y entonces volveré a levantarme un día sabiendo que no es un día normal y que la espera será muy difícil ya que además del tiempo sin tener noticias mientras dura la intervención, los fantasmas del pasado estarán presentes. Y después, más espera hasta que den el diagnóstico decisivo.

Aquel presentimiento del que hablé al principio ha levantado los pulgares en señal de victoria, pero no pierdo la calma, hasta que no esté todo dicho y hecho nadie puede darse por ganador, que en este caso, el ganador de la guerra va a volver a ser él, mi padre.